Este juego es infinito.
Como cada noche, deambula en la inmensidad de esos lúgubres pasillos, hasta llegar a esa puerta. Por inercia la empuja. Para su sorpresa cede ante sus manos. Una mortecina luz le permite ver una figura envuelta en una vetusta capa negra, en una mano sostiene la única vela que ilumina la habitación; en la otra, un libro muy antiguo. Recita las páginas en un idioma ininteligible. Su voz apenas es audible sobre el eco de sus pasos. Aquella aparición avanza hacia el fondo de la habitación, alejándose.
El hombre, de pie en el umbral, no se atreve a entrar. En su interior, lucha contra la indecisión. El tiempo transcurre indefinidamente.
De pronto, escucha los pasos del encapuchado que se acercan desde un lugar que no alcanza a precisar. Con un creciente temor lo ve aproximarse rompiendo la oscuridad. Un detalle inaudito llama su atención: al paso de la figura espectral, la luz de la vela ilumina la pared blanquísima en la que, de la nada, se van dibujando símbolos a la par de la voz que recita. Inmóvil, ve la figura avanzar hacia él, cada vez más cerca. Al llegar a la puerta, aquello alza la vista y revela una terrorífica visión: el hombre ve… su propio rostro.
El electrificante sobresalto lo hace olvidar por un momento su misión, lo único que da sentido a su existencia. En un parpadeo la puerta se ha cerrado. Así que continúa su camino con la vela en una mano y el libro en la otra, su voz se alza nuevamente trazando los símbolos en la pared:
“Como cada noche, deambula en la inmensidad …”
Apunto de dar el siguiente paso, esas palabras reverberan en su cabeza atisbando una iluminación…
Un último impulso lo hace volver la cabeza y contempla el símbolo de la puerta que abre su conciencia con el filo de una certeza:
Este juego es infinito...
un momento más...
LC
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 instantes:
Publicar un comentario