Se perdió el fin del mundo. Después de dedicar toda una vida a tomarle el pulso a las estrellas, a descifrar las crecidas de las mareas, a traducir el susurro cambiante de los vientos y el silencio estático de las rocas.
Gastó cada minuto de su presente en pronosticar los minutos futuros que sus ojos nunca verían y ahora, ante la visión de su obra completada, comprende con tristeza que nunca verá su ciencia transformada en certeza, porque su mundo, su propio mundo, ese al que nunca le prestó atención ha empezado a dejar de respirar para recordarle que las generaciones venideras olvidarán su nombre y sólo le recordarán como el sabio que murió sabiendo que se perdería el fin del mundo.
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