En el resguardo de la noche de su habitación, sus anhelos más íntimamente profundos adquirían mayor fuerza.
Dibujaba caminos con sus dedos, mapas estelares en su techo; buscando la estrella polar que iluminara su trayecto, su senda de sueños...
Esponjosos con sabor a nube de algodón y volantes de muñeca en aires de juegos.
Frescos con vistas en flor, reventando en primavera con ansias de abrir sus pétalos hallando saber.
Cálidos y envolventes como el alba despertando en su nuevo comenzar, a la vida, al amor.
Metálicos y duros como el labrado de la tierra, abonando y sembrando, para recoger el porvenir.
Húmedos y abrasadores como los ríos de lava que cruzan las dunas del cuerpo para brotar epicúreo mana del monte de Venus.
Únicos, como esos lazos que unen a través de la sangre y el sentimiento.
El reflejo de la luna compartida devolvió a Mousai el tiempo. Años pasados, nadando en el mar de los recuerdos hacia la barca del presente.
Los recogió, los secó y amorosamente los dobló para guardarlos en el ánfora de la senda de sus sueños.
Miro dentro...
Sí, aún había sitio para los sueños venideros; aún quedaba mucho por vivir.
. . .
Hay veces que uno se tiene que dar cuenta de la realidad, para aprender y seguir soñando por nuestra felicidad.
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